miércoles, 9 de mayo de 2012

Obsolescencia programada

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Nadie pone en duda que los avances y la tecnología disponible para la producción de bienes hoy en día supera con creces la utilizada hace un siglo. Todos damos por hecho que gozamos de productos de mejor calidad, con más atributos y asequibles a cualquier ciudadano que desee comprarlo.  La evolución y desarrollo natural de la humanidad nos hacen suponer que ciertamente la sociedad del siglo XXI vive mejor, pero un análisis más detallado y profundo pone en duda que los conocimientos y la tecnología que disponemos se estén empleando para que disfrutemos de mejores productos y mayor calidad de vida. La explicación la tiene el capitalismo y su hambre voraz por los beneficios.
El paradigma más conocido y sencillo de explicar es el de la bombilla. Las primeras bombillas tenían una vida útil cuasi ilimitada, existiendo todavía hoy algunas en funcionamiento tras 100 años de actividad. Con el paso de las décadas,  los grandes productores de bombillas se unieron en carteles para limitar  su vida útil, pasando de una duración cuasi infinita a 1500 horas.  Está claro que los únicos ganadores con estas medidas eran los fabricantes de bombillas que lograron acortar el ciclo de vida del producto y obligar al consumidor a comprar ese producto repetidas veces a lo largo de su vida a pesar de que existía la tecnología suficiente para no hacerlo.
Estas prácticas se llevaron a cabo de una manera sigilosa y encubierta con el objetivo de que la población no estuviera al corriente de la aplicación de estas políticas claramente perjudiciales para ellos. Sin embargo, hubo algunos autores que defendieron públicamente la teoría (la sociedad ignoraba que ya se estaba practicando) con el fin de fomentar el empleo y el crecimiento económico y no con la intención de perpetuar el capitalismo y el crecimiento de las empresas. Sus teorías, aceptadas por una minoría, siempre fueron interpretadas como favorecedoras a los empresarios y no a los consumidores.
Tras la bombilla aparecieron muchos otros casos como las medias de nylon, cuya resistencia permitía hasta remolcar coches.  La propia empresa creadora de este revolucionario producto, que permitirá a las mujeres acabar con las carreras en sus medidas, retiró el producto semanas después de su lanzamiento y ordenó a los ingenieros que tanto esfuerzo y trabajo habían puesto en lograr el mejor producto a fabricar otro con una calidad menor  y por debajo de las capacidades tanto de capital  humano como tecnológico de las que disponía la empresa en aquel momento. Esta decisión marca un punto de inflexión en la concepción que tenían  los ingenieros sobre la finalidad de su trabajo ya que hasta entonces, la antigua generación dedicaba horas de investigación para innovar y desarrollar productos mejores. Con la decisión de retirar del mercado un producto de alta calidad por otro peor, la nueva mentalidad de los ingenieros estuvo mucho más orientada al mercado, dejando de lado los principios y valores de su profesión, visión que todavía perdura entre los ingenieros de hoy.
También hemos visto las consecuencias de la obsolescencia programada en la industria automovilística, que en los años sesenta empezó a considerar las implicaciones negativas que podía suponerle el competir vía calidad y fabricar coches casi infalibles. Agrupados mediante carteles, los grandes fabricantes como Toyota, Ford, Chevrolet etc, presionaron a aquellos competidores que decidieron revolucionar el mercado con nuevos diseños, nuevos accesorios y mayor calidad, acabando borrándolos de sector. La película “Tucker: The Man and his dream” (1988) ejemplifica muy bien los cambios y restricciones que impuso el lobby automovilístico de Detroit  para seguir generando ventas y creciendo a base de coches malos y baratos.
Encontramos muchos ejemplos de obsolescencia programa presentes en nuestros días, como los chips  incorporados a las placas base de las impresoras cuya función única es la de llevar un recuento del número de páginas impresas y enviar un error cuando se ha superado el límite programado por el fabricante.
Tampoco se salvan ordenadores y móviles, donde las durabilidad de sus baterías también viene programada con un máximo de cargas diarias. El caso más sonado recientemente es el de Apple y su modelo Iphone. Su batería estaba programada para que empezara a fallar al cabo de 300 cargas, aproximadamente un año de funcionamiento, siendo su sustitución inviable y obligando al consumidor a adquirir  un nuevo móvil. Los consumidores insatisfechos empezaron a crecer y se agruparon para poner una demanda histórica contra Apple que acabaron ganando. Apple no solo se vio obligado a indemnizar con móviles nuevos a los usuarios afectados sino que tuvo que prestar un servicio adicional de sustitución de baterías para los clientes damnificados.
La calidad de los electrodomésticos también se ha visto perjudicada por la doctrina de la obsolescencia programada. Neveras, lavadoras, lavavajillas, microondas, hornos y un largo etcétera de productos domésticos duran menos hoy que hace 20 años. Una clara demostración la tuvimos en Alemania, tras la segunda guerra mundial, donde coexistieron el capitalismo incipiente de Alemania occidental y el comunismo de Alemania del este.
Mientras los primeros seguían los principios de recortar los ciclos de vida de los productos para fomentar el consumo, los segundos se dedicaban a producir bienes austeros, robustos y duraderos. Cuando cayó el muro de Berlín muchos alemanes del oeste fueron a comprar decididamente productos del este, productos que hoy en día todavía funcionan pero que se dejaron de producir, por el cierre repentino y obligado de sus fábricas por los occidentales a los pocos meses de la caída del muro. La amenaza al modelo comprar, tirar comprar había sido erradicada de nuevo.
Uno se puede preguntar si la manipulación deliberada de la vida útil de los productos ha sido beneficiosa para alguien más que para los empresarios. Ciertamente,  el modelo parecía dibujar una senda de crecimiento casi imparable hasta día de hoy. Ha generado muchísimo empleo y prosperidad en las economías occidentales, con aprovechamiento de economías gracias a la producción en masa, la reducción de los costes y la creación de industrias de mantenimiento y reparación.
La aceleración en el consumo se ha visto acentuada por las agresivas políticas de marketing y publicidad que seducen a la gente a desechar el producto adquirido antes de que llegue a su fin. Es la única vía para seguir incrementando el consumo sin bajar la calidad del producto todavía más ya que se encuentra en unos niveles tan bajos, con la tecnología disponible actual, que empezarían a levantar las sospechas de la población, desconocedora en su mayoría de esta manipulación.
El empobrecimiento de la sociedad producido por la obsolescencia programada ha sido enorme en todos estos años, pero se avecina un problema aún mayor: los recursos limitados de la tierra dentro de un modelo ilimitado de crecimiento.
Tanto los gobiernos como las empresas deben empezar a plantearse un cambio en el modelo económico actual, un equilibrio entre crecimiento y sostenibilidad. Para lograrlo existen varias alternativas, que se pueden aplicar de manera conjunta.
Producir bienes de mayor calidad que permitan alargar su vida útil y reducir el consumo.
Fabricar productos biodegradables que no tengan impacto negativo en la naturaleza
Incorporar  al precio el coste medioambiental derivado de la producción de bienes y servicios
Reutilización de productos a partir del reciclaje y el diseño sostenible
Se trata pues de asumir la responsabilidad del cambio ante un futuro inminente no muy alentador. Dejar de mirar hacia otro lado y afrontar un problema que cada día que pasa se hace más difícil de solucionar.
“El mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos, pero siempre será demasiado pequeño para satisfacer la avaricia de algunos” Gandhi

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